martes, 7 de septiembre de 2010

Peronismo. Interpretación de Marcos Kaplán







“El golpe del 4 de junio de 1943, y el gobierno que surge del mismo, tienen inicialmente un sentido puramente militar, de reafirmación del poder de casta, con una inspiración ideológica de tipo nazifascista. El primer apoyo civil está proporcionado por elementos de orientación clerical y falangista cuyos excesos y torpezas aislan rápidamente al gobierno civil y producen las primeras manifestaciones de oposición organizada. La resistencia a la dictadura militar va agrupando, por motivos y con grados variables, a la oligarquía conservadora desplazada, al gran empresario industrial ligado con aquélla y con intereses norteamericanos, a la clase media intelectual ...” (p. 21)

“(Perón) Ha participado activamente en la preparación del golpe militar de 1930. Ha estudiado de cerca los métodos y organismos del fascismo italiano. Tiene intervención directa en la actividad conspirativa que desemboca en el golpe del 4 de junio de 1943, y luego en la organización y funcionamiento de una logia, el GOU (Grupo Obra de Unificación, o Grupo Oficiales Unidos), que pretende regir el proceso revolucionario y la dictadura militar. El 2 de diciembre de 1943, se hace cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión, base de lanzamiento de toda su estrategia política. La misma consistirá básicamente en utilizar como instrumentos el apoyo de las fuerzas armadas, de la iglesia, de la policía y la burocracia gubernamental, y la simpatía de los inversores y del gobierno de Gran Bretaña, para lograr la adhesión masiva de los obreros industriales y, en general, de las masas pobres de la ciudad y del campo. La posibilidad de esta captación está dada por el control del estado: la afluencia de recursos financieros; el aumento en número y potencial dinámico de los sectores trabajadores y populares, y su carencia de experiencia sindical y política, de ideología propia y de dirección independiente y eficaz; la situación de reflujo prevaleciente en el movimiento obrero; el número e intensidad de las necesidades materiales y psicológicas a satisfacer. Estas condiciones predisponen a estas masas al conformismo, la apatía y la aceptación de un paternalismo gubernamental que dispense beneficios de desde las cimas del poder.
Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, a la que pronto agrega la función de vicepresidente de la República, el coronel Perón se lanza a la captación y organización de los sectores trabajadores de la ciudad y del campo, como premisa para su canalización social y su manipulación política. Las viejas burocracias sindicales, de orientación socialista y comunista, son desplazadas o subordinadas por la represión o el soborno. En su lugar surge un nuevo sindicalismo de masas, dependiente del estado, a través del otorgamiento de la legalidad gremial y de concesiones materiales y profesionales (mejoras de salarios y de condiciones de trabajo, arbitraje estatal favorable en los conflictos laborales, protección a dirigentes y delegados frente a la prepotencia patronal). El nuevo edificio sindical es coronado por la Confederación General del Trabajo única que, como los sindicatos de base y las federaciones, es controlada por una nueva promoción de dirigentes caracterizados por el ariibismo, la incondicionalidad y el burocratismo.
La política obrerista es complementada y justificada por un juego de equilibrio respecto a los grandes empresarios, a los cuales dicha política es presentada como garantía de control de las masas trabajadoras, orden y paz social, y posibilidad de apoyo estatal a las actividades industriales y comerciales de las grandes corporaciones de capital nacional y extranjero.
Una primera confrontación decisiva de fuerzas entre el peronismo en ascenso y la oposición se produce en octubre de 1945. Un golpe de fuerza, encabezado por oficiales de la marina y del ejército apoyado abiertamente por el embajador norteamericano Spruille Braden, derroca momentáneamente a Perón. Su equipo político, en el que ya descuella su esposa, Eva Perón, monta una movilización de masas trabajadoras, promovida y controlada por la policía, la burocracia gubernamental y la nueva dirección sindical, en un despliegue sin precedentes que derrota la contraofensiva opositora y fuerza el regreso de Perón a sus funciones anteriores.
La segunda y decisiva confrontación se produce en las elecciones presidenciales del 24 de febrero de 1946. Por una parte, la ‘Unión Democrática’ agrupa a los partidos políticos tradicionales (incluso de izquierda), a los grupos oligárquicos y de grandes empresarios, a la clase media acomodada y los universitarios, a grupos obreros de antigua tradición gremial y mejores ingresos; y cuenta con el apoyo desembozado de Estados Unidos y de casi la totalidad de la prensa diaria. Sus consignas básicas son: la lucha contra el peronismo, calificado de movimiento nazi, cuyas mejoras sociales son rechazadas como demagógicas; y la exaltación abstracta de la democracia, la libertad, la Constitución Nacional. El frente peronista se articula por medio de los aparatos burocráticos, militares, policiales y de la Iglesia, la nueva dirección sindical y dos partidos creados en ese momento: el Partido Laborista y la Junta Renovadora de la Unión Cívica Radical. Cuenta con el apoyo de los intereses británicos (colectividad local y embajada). Logra la adhesión de la clase obrera y de las masas pobres de las ciudades y el agro. Con abierto pero efectivo despliegue demagógico, su propaganda enfatiza las mejoras sociales a lograr, la lucha contra la oligarquía y contra el imperialismo yanqui, junto con la promesa de mantener el orden social y erigir una eficaz barrera contra el peligro comunista.
El 24 de febrero de 1946, en las elecciones más irreprochables que conociera el país hasta entonces, el ex coronel, ahora general Perón, es elegido presidente de la República. Sus hombres de confianza controlan el Congreso nacional, las gobernaciones y parlamentos provinciales y los órganos municipales; en suma, el aparato estatal a todos sus niveles.
El peronismo logró el control del estado y ejerce sus poderes en condiciones iniciales muy favorables. Argentina dispone de un saldo positivo en el comercio exterior, y ha acumulado reservas de oro y divisas por 1425 millones de dólares. La expansión simultánea del mercado mundial y del mercado interno asegura a los grandes productores y empresarios altos precios y enormes ganancias. Esta coyuntura excepcional, la vigencia de condiciones de plena ocupación, inflación y prosperidad, posibilitan una limitada política redistribucionista que no afecta sensiblemente a las grandes empresas. La influencia británica en la Argentina se fue debilitando, sin que se produzca la irrupción inmediata de la influencia norteamericana. La vieja oligarquía está debilitada, aunque no destruída. La burguesía industrial, las clases medias en general, el proletariado y las masas populares, han aumentado en peso e influencia, pero carecen de ideologías y políticas propias.
A consecuencia de todo ello, se produce un equilibrio fluctuante y precario entre los distintos grupos nacionales, y entre el país y las grandes potencias; y se crea una amplia base material y social de maniobra para el estado. En estas condiciones, el grupo encaramado en el gobierno, que encabeza Perón, adquiere cierta independencia relativa frente a los distintos grupos nacionales y frente al sistema internacional, y despliega los caracteres de un experimento bonapartista. Se convierte en una especie de árbitro necesario, que decide los conflictos entre los distintos sectores e intereses actuantes en la sociedad argentina, y mantiene un cierto equilibrio.
La estructura y la actuación del peronismo resultan, por lo mismo, fuertemente contradictorias. El peronismo surge y se desarrolla como representante del sistema social argentino, y de la burguesía argentina en general, y no de unos sectores exclusivamente. Esta representación se ejerce a través de una acción burocrática que distancia e independiza parcial y momentáneamente el peronismo de los grupos dominantes en el país, y en virtud de lo cual aquél debe, en diversos momentos y ante distintos problemas, hacer una política nacional burguesa aparantemente contra la voluntad de la oligarquía y de la burguesía industrial.
(...)
A través del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), el gobierno compra la producción agrícola a precios fijos, y la vende aprecios más altos en el mercado internacional, destinando las elevadas ganancias resultantes para financiar sus planes económicos, dar apoyo económico a las empresas nacionales y extranjeras, y subsidiar el consumo. La disponibilidad inicial de recursos permite además cumplir una serie de nacionalizaciones, y expandir el sector público. Son nacionalizados el Banco Central, los ferrocarriles y gran parte de los servicios públicos. La deuda exterior se reduce considerablemente. La marina mercante y la aviación son desarrolladas. El sector público expandido asume tareas que las empresas privadas necesitan pero no quieren o no pueden asumir por si mismas; y provee además al gobierno de resortes ampliados de poder y de recursos adicionales. El Banco de Crédito Industrial y otros entes financieros gubernamentales proveen de generosos apoyo a los grandes empresarios. La prosperidad general, la plena ocupación, el otorgamiento de altos salarios que, combinados con los subsidios, no elevan demasiado los precios ni afectan las ganancias de las empresas, la manipulación de los sindicatos estatizados, la combinación de la simbología populista con las concesiones efectivas a sectores importantes de las masas, permiten crear y mantener un grado apreciable de paz social.
El gobierno peronista defiende así los intereses de la gran burguesía agroindustrial y financiera, pero limita su fuerza política y sus manifestaciones de independencia. Esta situación dual, la demagogia populista y el dirigismo del régimen, el costo excesivo de su mantenimiento, sus arbitrariedades y exacciones, impiden un pleon acuerdo entre los grupos sociales dominantes y el peronismo, mantienen un conflicto latente que se irá agudizando hasta estallar en la crisis final.
Por otra parte, el gobierno peronista debe tolerar o incluso estimular la irrupción de las masas trabajadoras en la vida social y política del país. El peronismo crea un poderosos aparato sindical y un plantel numeroso de dirigentes, cuadros medios y activistas. Impone el cumplimiento efectivo de una legislación laboral y previsional que se amplia de modo considerable en relación a la etapa anterior al triunfo del régimen. Son mejoradas las condiciones de ingreso, trabajo y vida de los trabajadores, sobre todo hasta 1949. (...) De modo demagógico se denuncia al imperialismo y a la oligarquía, y se exalta el papel del proletariado y del pueblo en general. Las masas trabajadoras toman una mayor conciencia de sus fuerzas, posibilidades y derechos, de su antagonismo con la clase empresarial, de la importancia de su propia organización como instrumento de lucha social y política. De manera vicaria y limitada, se sienten dueños del poder, protagonistas de una excitante aventura sin precedentes. La base popular se amplia con el otorgamiento del voto femenino, el cual, combinado con manipulaciones y restricciones a las libertades públicas, otorga a Perón un triunfo aplastante en las elecciones de 1951, que abren su segundo período presidencial. Un papel decisivo es asumido por la esposa del presidente, Eva Perón que, dinamizada por un hondo resentimiento de clase y por una ambición y una energia ilimitada toma a su cargo la relación con la clase obrera, especialmente sus mujeres, la dirección de la política sindical, y el montaje de un aparato especial para el otorgamiento de concesiones y prebendas.
(...)
el peronismo presenta un perfil burocrático y contribuye a intensificar y acelerar la burocratización de la sociedad argentina. El equipo gobernante tiende a estructurarse y seleccionarse verticalmente, desde el líder hacia abajo. El sistema de reclutamiento aplica criterios, no de capacidad e integridad, sino según el grado de lealtad hacia Perón, el ap0arato y los demás jerarcas. Se establece un verdadero ‘culto de la personalidad’ de Perón, traducido en adhesión irracional a su persona, su política, sus decisiones. El monopolio de los medios de comunicación de masas, la imposición del contenido que deben trasmitir los mismo, la restricción o la supresión de la prensa opositora, permiten desarrollar una propaganda totalitaria omnipresente. La misma se dedica simultáneamente a exaltar sin límites al líder y al régimen, y a difundir la ‘doctrina nacional justicialista’. Bajo este nombre aparece un conglomerado ideológico incoherente, en el que se entrecruzan y colisionan elementos de filosofía tomista medioeval, falangismo español, principios del ‘Welfare State’, seudomarxismo reintepretado por apóstoles provenientes de la izquierda tradicional y convertido a un nuevo evangelio nacional-populista. A ello se agrega la afirmación de una ‘tercera posición’ en política internacional, en teoría hostil simultáneamente al capitalismo occidental y al comunismo soviético. Diversos grupos clericales fuertemente conservadores o abiertamente fascistas reciben los puestos de control sobre el sistema educativo y la vida cultural, que caen así a bajísimos niveles, incongruentes con el grado de desarrollo social y de sofisticación intelectual de la Argentina.
Como expresión y fundamento del sistema, son reformadas la Constitución nacional y la legislación vigente. Ello busca sobre todo articular un formidable mecanismo represivo, que aplica un aparato policial y militar fuertemente reforzado, cuyos miembros reciben un trato privilegiado. La oposición política no es totalmente suprimida, pero su representación formal en órganos parlamentarios (nacionales, provinciales, municipales), es fuertemente restringida, lo que va acompañado de la indicada restricción a la libertad de expresión y de persecuciones encarcelamientos y atropellos de todo tipo.
El aparato semitotalitario es pieza clave para la creciente estatización del movimiento obrero. Los sindicatos y la Confederación General del Trabajo llegan a ser controlados y manejados por una burocracia de dirigentes serviles, que se transforman en estrato relativamente privilegiado de funcionarios estatales, a quienes se otorgan puesto y funciones en la administración pública, el Parlamento y los cuerpos deliberativos provinciales y locales, así como subsidios gubernamentales, concesiones y posibilidades de enriquecimiento personal. La presión estatal se combina con la de las grandes empresas, para favorecer este tipo de liderazgo sindical, y desplazar a los auténticos militantes obreros. La represión refuerza la tendencia al debilitamiento de la influencia de los partidos de izquierda en el movimiento obrero que se origina por las limitaciones y errores tradicionales de aquéllos. Los movimientos reivindicativos espontáneos (algunos de gran envergadura, como la huelga azucarera de 1949, y la huelga ferroviaria de 1951) son despiadadamente reprimidos. Toda veleidad de independencia por parte de los sindicatos y de la Confederación General del Trabajo es liquidada. Lo mismo ocurre con las pretensiones de autonomía por parte del Partido Laborista y de la Junta Reorganizadora de la Unión Cívica Radical, puntales políticos iniciales del peronismo, que son suprimidos y refundidos en el Partido Peronista Único. Todo confluye para fomentar en las bases obreras y populares una actividad pasiva y dependiente, que lo espera todo no de la propia acción consistente y autónoma, sino de la concesión paternalista desde arriba. Se promueve asimismo en dichos sectores la renuncia de toda posibilidad de ideología propia y de un papel protagónico independiente en la vida social y política del país.
(...) El equipo gobernante se recluta en la gran burguesía y sobre todo en arribistas de origen medio y proletario que aspiran a integrarse en aquélla a través de sus funciones políticas y administrativas. Dirigentes y funcionarios resultan fácilmente corruptibles, complacientes hacia la oligarquía y la gran empresa nacional y extranjera, aunque cobrando el precio de esa buena voluntad en términos de privilegios, reciprocidad de favores y extorsiones ocasiones. (...)
La euforia inicial disimula en parte las limitaciones del régimen y sus consecuencias negativas. El desarrollo de la crisis económica y social las desnuda y agrava, convirtiéndolas en factores decisivos de la descomposición y del derrumbe final.
El gobierno peronista no ha modificado sustancialmente la estructura socioeconómica tradicional de la Argentina. Carece de una estrategia deliberada y concreta de transformaciones económicas y sociales. Dos planes quinquenales que adopta sucesivamente no pasan de ser recopilaciones de proyectos inconexos, más arma propagandística que instrumentos eficaces de modificaciones estructurales. La dependencia externa del país, en comercio e inversiones, respecto a Gran Bretaña y a Estados Unidos, es atenuada en aspectos laterales, mantenida y agravada en los niveles decisivos. El régimen agrario latifundista sigue intacto, salvo algunas restricciones en la comercialización exterior de los cereales ( la de carnes sigue en manos de los frigoríficos extranjeros).
En materia de industrialización, desde 1946 a 1951 se da importancia a la manufactura liviana. Desde 1952 se intenta resolver los problemas derivados de la falta de industria pesada, y del atraso en energía y combustibles, pero esta tentativa no tiene éxito. El peronismo no logra superar la situación de descapitalización económica generalizada, heredada de la preguerra y del período bélico de autosuficiencia reforzada. Esta descapitalización se manifiesta en la insuficiencia y el desgaste del equipo industrial, agropecuario, energético y de transporte. El déficit de equipos es suplido por el empleo de mano de obra a la que se otorgan mejoras en remuneraciones y beneficios sociales, lo cual encarece los costos, reduce la productividad y, en condiciones de menor oferta relativa para una demanda ampliada por la redistribución relativa del ingreso y el aumento de salarios nominales, agrava también la inflación.
La imposibilidad de capitalizarse surge de varios factores convergentes. El peronismo despilfarra locamente los recursos financieros y las divisas extranjeras.. Los Estados Unidos venden a Argentina maquinaria a precios altos, y compran productos argentinos en reducidas cantidades y a bajos precios; ejercen un dumping contra la producción agropecuaria argentina, y una estrategia de bloqueo financiero. La inconvertibilidad de la libra esterlina impide a la Argentina compensar los saldos negativos con Estados Unidos mediante los saldos positivos obtenidos en Gran Bretaña. Los convenios bilaterales anglo-argentinos descapitalizan también a la economía argentina, al mismo tiempo frenan la penetración de los intereses norteamericanos en el país. Los ingresos comerciales excepcionales desaparecen con la recuperación de Europa. La superproducción consiguiente, con el intervalo de una sequía desastrosa, contribuye a una grave caída en la balanza comercial y de pagos. El mercado interno se contrae, el desarrollo industrial se ve frenado, las quiebras empresariales y los índices de desocupación aumentan peligrosamente. El ente estatal que monopoliza el comercio exterior de cereales obtiene primero menos ganancias y luego da pérdidas. Se ve obligado a comprar cosechas a un precio inferior al obtenible en el mercado internacional; no puede financiar otras actividades económicas, ni el presupuesto del estado, y tampoco puede seguir pagando subsidios al consumo que posibiliten a la vez altos salarios y mayores ganancias. La consiguiente inflación afecta a las clases medias y populares de la ciudad y del campo. Los salarios nominales de los trabajadores son congelados, y descienden sus salarios reales y su participación en el ingreso nacional. Los índices del producto bruto, de la producción industrial y del capital, en los tres casos por habitante, permanecen en 1955 al mismo nivel que en 1948. La coyuntura favorable creada por la guerra de Corea atenúa momentáneamente la crisis, pero ésta se agrava a partir de 1952.
Durante su segunda presidencia, inaugurada en 1951, Perón parece emprender cada vez más claramente la retirada, en comparación con sus audacias y éxitos iniciales. El signo más claro al respecto es el cambio de actitud respecto a la empresa privada nacional y al capital extranjero. La gran empresa nacional combina frente al peronismo una actitud de oposición y de captación desde adentro a través de sus organizaciones y hombres representativos. Entre la gran empresa y la jerarquía peronista se establece un esbozo de frente común contra las masas obreras y populares, manifestado en congelamiento de salarios y fuerte represión de los movimientos reivindicativos.
El gobierno peronista cambia también su actitud hacia las empresas extranjeras y las grandes potencias, evolución que coincide con un desplazamiento desde la órbita británica hacia la norteamericana. Ya en 1947, Argentina ha suscrito bajo presión de Estados Unidos el tratado de Río de Janeiro, que contiene compromisos traducidos de hecho en un sometimiento político-militar. En 1950, Argentina obtiene del Export and Import Bank un crédito de 125 millones de dólares, contra el otorgamiento de concesiones onerosas. En 1953, la misión norteamericana presidida por el doctor Milton Eisenhower fija las bases de un creciente entendimiento entre los gobiernos de la Argentina y de Estados Unidos. En el mismo año, una nueva ley de inversiones extranjeras legaliza las posibilidades de un trato favorable a las empresas no nacionales, prontamente seguido por concesiones a las empresas norteamericanas y europeas de automóviles y petróleo. La penetración de intereses norteamericanos en la economía argentina se vuelve cada vez más perceptible.
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.Los grupos británicos están alarmados por la veloz irrupción norteamericana. Los grupos y el gobierno de Estados Unidos desconfían de un liderazgos aventurero e irresponsable, y de un populismo de consecuencias imprevisibles, y preferían un régimen no tan comprometido con una base de masas, y por lo tanto más débil y manejable. La gran burguesía agroindustrial y financiera se resiente por el peligro de masas y el alto costo financiero y político de la burocracia peronista. Las clases medias se sienten afectadas a la vez por la inflación y los altos impuestos, por la irrupción de masas populares que ha reducido correlativamente el propio estatus, por la política cultural medie3valista-falangista, y por unas concesiones al capital extranjero que afectan sentimientos nacionalistas a la vez difusos e intensos. De manera general para todos los grupos, el aparato totalitario del peronismo golpea e irrita ciegamente en todas direcciones, multiplica los atropellos y abusos, combina el clima de inseguridad generalizada con una corrupción ya indisimulable. Finalmente, la personalidad del general Perón parece sufrir un eclipse momentáneo, que se evidencia en la pérdida de energía e iniciativa, en la confusión de las decisiones, y en una cuasisenil debilidad por las actitudes arbitrarias y por las diversiones de diversos tipos.
Las conspiraciones habían comenzado poco después del triunfo peronista en 1946, y la eclosión más importante se da con el frustrado levantamiento militar de 1951. El avance de la crisis económica y social les da nuevo impulso. (...) La división y lucha de facciones aparece en el seno del ejército y también de la marina y de la aeronáutica. El conflicto con la Iglesia, que estalla en 1954, actúa a la vez como detonante y como eje organizativo de la conspiración antiperonista.
La Iglesia se ha beneficiado notablemente con el peronismo, que le ha proporcionado privilegios materiales de todo tipo, control sobre la educación y la cultura, influencia social y política. El malestar de la Iglesia hacia el régimen surge y se desarrolla por los aspectos populistas y demagógicos del peronismo, y por la competencia de idolatrías y lealtades que se establece inevitablemente entre ambas fuerzas. La organización de un pequeño partido demócrata cristiano bajo patrocinio de la Iglesia desencadena una colérica reacción de Perón, seguida de atropellos y humillaciones contra la jerarquía eclesiástica. La Iglesia asume el liderazgos ideológico y agitativo de la conspiración, vuelca la adhesión de las fuerzas armadas, prepara el camino para la insurrección.
El 16 de junio de 1955, fracasa una primera intentona, que alcanza a bombardear la Casa de Gobierno y la Plaza de Mayo de Buenos Aires con efectivos de aviación y causa un considerable número de muertos. El ejército salva momentáneamente a Perón, pero rompe el equilibrio en su propio favor, convierte al gobierno en su prisionero, obliga al presidente a debilitar los controles sobre la vida política. Una última tentativa de Perón por recuperar la iniciativa y el control, amenazante para sus opositores, desencadena el segundo intento. El 16 de septiembre de 1955 surge un foco revolucionario militar en la ciudad de Córdoba, pocos días después apoyado por la flota de guerra. Perón conserva todavía el control del aparato militar y represivo, pero renuncia a utilizarlo enérgicamente, así como a movilizar a sus propias bases obreras y populares. Se entrega sin lucha y marcha hacia un exilio tranquilo y fastuoso, otorgado sucesivamente por dictadores que gozan de la simpatía y apoyo de Estados Unidos: Stroessner, del Paraguay; ´Trujillo, de la República Dominacana; Franco, de España. Desde lejos, beneficiado por las limitaciones y fracasos de los gobiernos que lo suceden, sigue siendo un poderosos factor en la política de masas. Su movimiento, a través de vicisitudes y transformaciones de diversos tipos, ha contribuido a mantener a la Argentina, hasta la fecha, en un estado de crisis política permanente que revertirá incluso sobre el gobierno peronista instaurado por el retorno al poder en 1973.”
(Marcos Kaplán en González Casanova – “América Latina: historia de medio siglo. 1- américa del sur”. Ed. S. XXI. México, 1996. pp. 20 – 29)

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